domingo, 20 de septiembre de 2020

Me muerde.

Tiene poco y lo tiene absolutamente todo. No puedo dejar de pensar en lo absurdo de conocer a alguien sin saber nada de esa persona, y a la vez saberlo todo pero querer aprender más. Y nos mienten, las personas que dicen que el tiempo se para cuando estás con alguien así, mienten. El mundo gira tan despacio que a penas puedo apreciar el paso del tiempo, pero al acercarme a él, acelera. El tiempo se vuelve algo borroso y acaba tan rápido como empieza, es todo un barullo de emociones que no me dejan escuchar el latido de mi propio corazón. Y late, late tan deprisa que podría despegar en cualquier momento. Me confunde no poder describir lo que siento, cuando es algo tan potente y a la vez tan ridículo. Es como hacer pompas de jabón, viendo como brillan al sol o a la luz de la luna, disfrutando de su efímera presencia. Porque aunque sea consciente de que algunas de ellas van a desaparecer en escasos segundos, algunas otras duran y continúan flotando en el aire, como si nada pudiera ser más perfecto que ese pequeño destello que dejan a su paso.

¿Por qué? ¿Por qué alguien puede tener ese poder de desmoronar cualquier resto de muro que tanto me había esforzado por construir? Es injusta la facilidad con la que algunas personas me hacen desear tirarlo todo por la borda y darlo todo de mí, hasta que no quede nada. 

"No te puto pilles".

"No corras, deja que todo fluya".

Mis emociones nunca han sido algo que fluya a cámara lenta, son precipitadas y veloces. Son equívocas, pasionales, dolorosas y rápidas, muy rápidas. 

Me frustra la necesidad que tiene mi piel de la suya y la confianza con la que mis sueños lo van introduciendo poco a poco, como si siempre hubiera formado parte de ellos. ¿Cómo puedo funcionar si lo único que anhelo es su tacto? Cada caricia, cada mínimo roce me estremece y hace que me replantee cada segundo de mi existencia. ¿Por qué no lo viví antes? ¿Por qué esos minutos no pueden durar una eternidad? ¿Por qué cada vez que me abraza deseo que se haga realidad esa absurda mentira que nos cuentan y que el tiempo se pare durante unos instantes? ¿Por qué es ese abrazo el que parece darme la vida que había dado por sentada? Y es ante algo tan sencillamente perfecto cuando empiezan a florecer todas las inseguridades que parecían nubladas por la cotidianidad de mis días. 

Y me asusta. Me asusta no ser suficiente, ser demasiado, ser demasiado poco. Me asusta dejar que todo fluya y que fluyamos a ritmos distintos y hacia destinos totalmente alejados. Pero me habla. Me habla de anécdotas, de sueños, de cosas que en su piel son experiencias y en la mía imperfecciones. Y me mira. Y me ve. Y todo vale la pena por cruzar la mirada con la suya otra vez. Es un alivio tan extraño encontrar a alguien que también muerde como muestra de afecto... Me muerde. Me muerde la piel y el alma. Si de mí dependiera podría morderme cada día si eso me asegurara el volver a sentir el roce de sus labios contra mi ser.

¿Quién cultiva ese cosquilleo que se transforma en nerviosismo cuando pasa demasiado tiempo sin verle? ¿Por qué el miedo me impide decir lo que siento? La gente cada vez parece avergonzarse más de sentir, se esconde y hace que los demás nos sintamos culpables por ser emocionales. Y lo consiguen, consiguen que nos callemos cada una de nuestras emociones como si fueran pequeños pecados deseando salir a la luz. ¿Pero por qué destrozar algo que funciona con emociones que ni los mismos mortales logramos entender? ¿Tiene algún sentido confesar sentimientos que pueden ser malinterpretados? ¿Hasta qué punto puedo controlar algo que no depende de mí?

Y me vuelve a asustar. Me asusta hablar demasiado y decir demasiado poco. Me asusta decir más de lo que quisiera escuchar y arruinarlo todo. Y me bloqueo. Me bloqueo al hablar, al pensar y al sentir. Y vuelvo a desear que el mundo gire despacio, y que el tiempo frene para ver brillar esas destellantes burbujas antes de que desaparezcan. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario