lunes, 30 de noviembre de 2020

Enamorada del amor.

Es la simple idea del enamoramiento. La sensación de acariciar a alguien por primera vez y sentir que su tacto pertenece a tu ser desde hace una eternidad. Y besar a otra persona y ver que jamás habías sentido así el roce de unos labios. Darte cuenta de la complicidad que compartes en unos segundos cuando has buscado esa misma complicidad durante años. Y el ver que no todo el mundo busca esa conexión que se encuentra al no buscarla, y que cuando la encuentran son muchos los que la dejan ir. Vives de la emoción que sientes cada vez que alguien consigue descubrir una pequeña parte de ti que ni tú sabías que existía. Te alimenta la pureza de la felicidad que produce mirar a alguien a los ojos y no querer apartar la mirada porque sabes que es ahí. 

Es así, no puedes evitar sentir mariposas con la mínima muestra de afecto sincera que alguien dirige hacia tu persona. Porque hay mucha falta de eso, de muestras sinceras de afecto. Aunque a veces es muy difícil saber si son sinceras o no, y siempre caes en el error de creer que todas lo son. Eres capaz de sentir conexiones especiales con personas distintas y de sentirte culpable por la serotonina que te desprende. Porque hay tanta ingenuidad en ti que crees en la posibilidad de que esas otras personas también hayan sentido que hay una conexión especial. Y muchas de ellas no lo hacen. Tu corazón, no tu mente, crea un espacio para cada una de estas conexiones y para los recuerdos que irán con ellas, sean buenos o no. Y al final te ves inmersa en un universo de conexiones de un único sentido. Pero eso no te para. Te hace tropezar y caer, pero te levantas. Porque la mayoría de las heridas son temporales y al final se convierten en simples anécdotas. Algunas heridas duelen durante mucho tiempo y se abren y se vuelven a abrir, pero eso tampoco te para. No te para porque todas esas conexiones de un único sentido te dan poder suficiente para seguir y continuar buscando algo que se encuentra cuando no es buscado.

Y quieres quedarte con la esencia de todas esas heridas pequeñas y grandes porque si no hubiera sido por esas conexiones, jamás existirían. Solo te hieren las personas que tienen ese poder, y en tu caso son demasiadas, pero sigues adelante porque el inicio de cada una de esas pequeñas y especiales conexiones es tan intenso que no quieres pensar en la idea de dejarlas ir. Es tu ser. Eres tú. Tu eres todas las sensaciones que evocan algo positivo y único. Eres intensidad y emoción. Eres ingenuidad y corazón. Vives por y para el amor. Buscando continuamente esa alteración de tus sentidos que te indique que es ahí, que esa es la persona. Y encontrando miles de alteraciones platónicas que aunque van a quedar permanentemente marcadas en tu corazón, jamás llegarán al plano terrenal. Vives tan enamorada del amor que cualquier atisbo de afecto lanza una alerta a cada rincón de tu ser y te llena de emociones que otros solo sueñan en comprender. 


domingo, 20 de septiembre de 2020

Me muerde.

Tiene poco y lo tiene absolutamente todo. No puedo dejar de pensar en lo absurdo de conocer a alguien sin saber nada de esa persona, y a la vez saberlo todo pero querer aprender más. Y nos mienten, las personas que dicen que el tiempo se para cuando estás con alguien así, mienten. El mundo gira tan despacio que a penas puedo apreciar el paso del tiempo, pero al acercarme a él, acelera. El tiempo se vuelve algo borroso y acaba tan rápido como empieza, es todo un barullo de emociones que no me dejan escuchar el latido de mi propio corazón. Y late, late tan deprisa que podría despegar en cualquier momento. Me confunde no poder describir lo que siento, cuando es algo tan potente y a la vez tan ridículo. Es como hacer pompas de jabón, viendo como brillan al sol o a la luz de la luna, disfrutando de su efímera presencia. Porque aunque sea consciente de que algunas de ellas van a desaparecer en escasos segundos, algunas otras duran y continúan flotando en el aire, como si nada pudiera ser más perfecto que ese pequeño destello que dejan a su paso.

¿Por qué? ¿Por qué alguien puede tener ese poder de desmoronar cualquier resto de muro que tanto me había esforzado por construir? Es injusta la facilidad con la que algunas personas me hacen desear tirarlo todo por la borda y darlo todo de mí, hasta que no quede nada. 

"No te puto pilles".

"No corras, deja que todo fluya".

Mis emociones nunca han sido algo que fluya a cámara lenta, son precipitadas y veloces. Son equívocas, pasionales, dolorosas y rápidas, muy rápidas. 

Me frustra la necesidad que tiene mi piel de la suya y la confianza con la que mis sueños lo van introduciendo poco a poco, como si siempre hubiera formado parte de ellos. ¿Cómo puedo funcionar si lo único que anhelo es su tacto? Cada caricia, cada mínimo roce me estremece y hace que me replantee cada segundo de mi existencia. ¿Por qué no lo viví antes? ¿Por qué esos minutos no pueden durar una eternidad? ¿Por qué cada vez que me abraza deseo que se haga realidad esa absurda mentira que nos cuentan y que el tiempo se pare durante unos instantes? ¿Por qué es ese abrazo el que parece darme la vida que había dado por sentada? Y es ante algo tan sencillamente perfecto cuando empiezan a florecer todas las inseguridades que parecían nubladas por la cotidianidad de mis días. 

Y me asusta. Me asusta no ser suficiente, ser demasiado, ser demasiado poco. Me asusta dejar que todo fluya y que fluyamos a ritmos distintos y hacia destinos totalmente alejados. Pero me habla. Me habla de anécdotas, de sueños, de cosas que en su piel son experiencias y en la mía imperfecciones. Y me mira. Y me ve. Y todo vale la pena por cruzar la mirada con la suya otra vez. Es un alivio tan extraño encontrar a alguien que también muerde como muestra de afecto... Me muerde. Me muerde la piel y el alma. Si de mí dependiera podría morderme cada día si eso me asegurara el volver a sentir el roce de sus labios contra mi ser.

¿Quién cultiva ese cosquilleo que se transforma en nerviosismo cuando pasa demasiado tiempo sin verle? ¿Por qué el miedo me impide decir lo que siento? La gente cada vez parece avergonzarse más de sentir, se esconde y hace que los demás nos sintamos culpables por ser emocionales. Y lo consiguen, consiguen que nos callemos cada una de nuestras emociones como si fueran pequeños pecados deseando salir a la luz. ¿Pero por qué destrozar algo que funciona con emociones que ni los mismos mortales logramos entender? ¿Tiene algún sentido confesar sentimientos que pueden ser malinterpretados? ¿Hasta qué punto puedo controlar algo que no depende de mí?

Y me vuelve a asustar. Me asusta hablar demasiado y decir demasiado poco. Me asusta decir más de lo que quisiera escuchar y arruinarlo todo. Y me bloqueo. Me bloqueo al hablar, al pensar y al sentir. Y vuelvo a desear que el mundo gire despacio, y que el tiempo frene para ver brillar esas destellantes burbujas antes de que desaparezcan. 

viernes, 8 de mayo de 2020

Vacío.

¿Qué ocurre cuando desaparece la ilusión? Cuando sientes que el tiempo pasa y no te lleva con él, pero sí que lo hace porque ves que todo pasa y tu no. Cuando aceptas que el tiempo supera las cosas más rápido de lo que tú vas a hacerlo jamás, y te das cuenta de que intentar frenar el tiempo es intentar encender una vela en contra del viento. No sientes, pero sientes demasiado. No ves, pero lo ves todo, y está al revés. Cuando se desvanece esa cálida sensación que te acompañaba a cada rato y que te insistía para ser y hacer que las emociones no fueran sueños sino realidad.

¿Qué ocurre cuando aquello que dejaste que fuera el motivo de tu despertar traiciona tus sentidos y se va? ¿Qué haces cuando es el vacío el que te llama y no su voz? No puedes negarte a la tentación de cambiar, de transformar todo lo que un día fue. Necesitas hacerlo desaparecer, pero no puedes quitar de tu vida aquellas partes que te hacen ser quién eres. Porque ese eres tú, ese ser roto en mil pedazos en cuyo interior solo existe el vacío. Y cuando crees que el vacío es demasiado pequeño para albergar tanta desolación y demasiado grande para que quepa en tu interior, lo sientes. Sientes esa punzada de dolor, de rabia, de odio, que te despierta del trance y te hace continuar buscando una salida del vacío al que ahora llamas hogar. 

¿Qué ocurre cuando la realidad ya no es ligera sino pesada y te quita hasta el último aliento? Tus esperanzas no son sólidas y ya no las distingues de aquello que pudo ser y no será. Ves como lo normal se esfuma y se vuelve retorcido y caótico, devolviendo a tu vida la locura de las inseguridades incipientes y recuerdos desbocados. No eres capaz de permanecer estable en un sueño tan real que duele y que no te deja despertar. Y piensas que el destino al fin existe y que si no es cruel y es justo entonces es tu ser el que no es merecedor de nuevo de tal embriaguez llamada felicidad. 
La felicidad es algo que te queda demasiado grande, algo superior a ti, algo que no mereces, pero sí lo haces. Porque si alguna vez un ser ha merecido esa intoxicación y euforia, has sido tu. Has sido ese ser roto cuya realidad es pesada, cuyos sueños no son realidad, cuyo motivo para despertar es el vacío que llena su cuerpo. Y lo sientes. Y lo crees. Y lo ves. Ves como poco a poco la intoxicación que hacía de tus emociones sueños vuelve a ser ligera, amable y embriagadora. Como el vacío es demasiado pequeño para hacer trizas tu ser y demasiado grande para ser real.