viernes, 8 de junio de 2018

Piezas rotas.

Creo de verdad que en cada cosa que hacemos dejamos ver la confianza que tenemos. La confianza en lo bueno, en lo malo, en nosotros mismos, en las personas que nos rodean, en la realización de nuestros deseos... Es allí donde mostramos una pequeña parte de nosotros, a veces sin quererlo.

Hay quién cree que no tiene confianza en absoluto, pero luego habla con extraños, se mete en trabajos con personas desconocidas y se muestra tal como es en redes sociales. Luego existen personas que, al contrario de las primeras, intentan mostrar una imagen tan irreal de si mismos que, creyendo tener toda la confianza posible y un poquito más, dejan ver esos pedazos rotos que algún día fueron su alma.

No todo el mundo se puede encajonar en uno de estos dos tipos de personas, hay muchas personas entre las dos orillas, y yo soy una de ellas. Soy de esas personas que en algún momento desbordaron confianza y que, tras romperse en mil pedazos, creyó que jamás volvería a confiar en nada ni en nadie.

Una vez fui una chica extremadamente cariñosa. Fui adorable, de verdad. De esas personas que tiene siempre una sonrisa en la cara y que por muy mal que esté, esa sonrisa siempre es sincera porque se alegra a muerte de ver a quién sea que se la esté mirando. De esas personas que sin conocerte te abraza porque ve en tu cara que algo va mal. En realidad, de las que abraza a todo el mundo por muy mal que le caiga porque sabe que un abrazo siempre viene bien.

Y una vez me rompieron. Destrozaron la imagen que tenía de mi misma. Me robaron lo que más me gustaba de mi personalidad. Rompieron cada atisbo de confianza que residía en mi, y a su paso por mi alma, lograron que dejara de quererme. Y volvieron a hacerlo, me rompieron de nuevo. Y lo hicieron tantas veces que dejé de querer ser como era. Quise cambiar. Me obligué a no sonreír a todo el mundo, a no abrazar a nadie a menos que realmente lo mereciera, a no hablar con quién no me hablara y a no preocuparme por quién no se preocupaba por mi. Un día me rompí. Me rompí en tantos pedazos que aún los estoy contando, pero no me importó, porque había sido culpa mía.

Escribí en papel todas aquellas cosas que no quería para mi, todo aquello que me había herido tanto, todo lo que me había roto un poco más. Escribí los nombres de todas las personas en las que deposité mi confianza y que, sin pensarlo ni un segundo, la usaron en mi contra.

Estos últimos años he intentado apartarme de todo, apartarme de la gente, distanciarme de cualquiera que pensara que podría herirme. He descubierto muchas cosas, y sé que me quedan muchas por entender. Descubrí, por ejemplo, que la gente no te hace daño si tu no le dejas, así que dejé de acercarme a la gente, dejé de abrirme y no permití a nadie conocerme de verdad. Me encerré en mi misma, y aunque seguía teniendo amigos, me sentí sola. No entendía por qué me sentía sola, estando rodeada de gente que me quería. Y en ese momento decidí que, si la gente de mi alrededor no me quería suficiente como para no sentirme sola, quizás no me querían.

Con esa tan pobre imagen de mi misma y de los demás, dejé de confiar en nadie y seguí mi camino. Por suerte, hay gente realmente maravillosa en este mundo. Gente que no se rinde cuando no le dejas conocerte, gente en la que sí se puede confiar, gente que intenta de mil maneras volver a unir los pedazos de tu alma uno a uno.

Y volví a descubrir muchas cosas. Cosas que me ayudaron a unir mis piezas rotas.

Descubrí que todo el mundo tiene una historia a sus espaldas, y que esa historia les puede haber roto en mil piezas. Descubrí que no hace falta unir las piezas rotas de nadie, porque sin ellas no seríamos nosotros. Descubrí que mis piezas rotas estaban bien. Y descubrí que las personas que se esfuerzan por descubrir y entender cada una de mis partes rotas, merecen mi confianza.

No me curé, porque no tenía nada que se pudiera curar. Nadie unió mis piezas rotas. Pero conocí a gente cuyas piezas rotas encajaban a la perfección con las mías. Entendí que las almas rotas se unen entre sí de tantas maneras y con tantas otras almas que a duras penas he empezado a comprenderlo. Y mi confianza empezó a brotar de nuevo. No desbordante, pero suficiente para seguir adelante, buscando piezas rotas que poder unir a mi alma.

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