jueves, 2 de marzo de 2017

La chica de al lado.

Al fin volví a sentir la calidez de unos ojos observándome entre la multitud. No era una mirada indiferente, tus ojos no querían pasar el rato. Pude sentir la caricia que significa ser observada por alguien como tu. Jamás antes había comprobado lo que se siente al descubrir que te observan, que te observan con algo más que curiosidad o repulsa.

Pasaban los días y yo te acaricié. Te acaricié mil veces con la mirada como nunca había acariciado a nadie. Descubrí cada perfecta imperfección de tu rostro, siempre desde la distancia. Mi corazón no habría soportado estar más cerca de ti, no aún. Me hiciste descubrir el significado de las palabras vacías de esos locos que hablaban de mariposas en el estómago. Entendí que esa locura me embargaba por momentos, que al tenerte delante las comisuras de mis labios dibujaban una sonrisa sincera e inocente por arte de magia. Esa pura magia que inundaba mis pulmones con tu aroma cada vez que te acercabas a mi.
Fuiste mi único pensamiento puro, el único que, sin intentarlo ni saberlo, fue uniendo las partículas de polvo que algún día fueron mi corazón. Sentí tantas cosas y tan pocas a la vez que pensé que me iba a romper.

Pero lo comprendí. Todos esos sentimientos no iban dirigidos a mi. Tus ojos desnudos acariciaban a la chica de al lado, no a mi. Ese polvo acabado seguía en mi pecho. Las mariposas que sentí en mi interior no eran reales, mis sentidos me engañaron de nuevo. No era yo el motivo de tu sonrisa. Todas las emociones volvieron a encontrarse, por ti. Y exploté. Exploté en confeti de todos los colores que no me gustan. 


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