miércoles, 7 de noviembre de 2018

Te rompes.

Te rompes. Y sientes que no habrá nada que vuelva a hacerte sentir ese cosquilleo tras las orejas, ese murmullo de caricias que recorren tu piel. Pero lo haces, encuentras esa canción, ese olor, esa persona, esa caricia, ese animal, esa planta, esa escena, ese libro que te devuelve a la vida y te empuja a empezar toda una vida de sonrisas y lágrimas desde cero. Lo encuentras. Y te vuelves a romper.

A veces te rompes solo, a veces alguien juega el papel de verdugo y te ayuda a tensar la soga que ya llevabas atada al cuello. Cuando te acostumbras a esa rotura sabes que el ciclo se hace inestable, inseguro, irregular. Ya no puedes predecir cuando te vas a romper, sabes que va a ocurrir, que algo, alguien, la nada, te va a romper. Y te rompes. Con cada rotura desaparece un poco de tu alma, o se esconde, porque ya no la ves cuando sonríes ni cuando piensas a solas, ya no está. 

Me he roto tantas veces que he perdido la cuenta. Me he roto sola y con ayuda, con mucha ayuda, ayuda de personas que ya no están en mi vida, y con ayuda de muchas otras que continúan en ella. No recuerdo cada vez que me rompí, pero he acabado entendiendo que a veces es necesario, y que he tenido que romperme en muchas ocasiones distintas para ir construyendo poco a poco la persona que soy ahora mismo. Echo mucho en falta la persona que era antes de romperme cada una de esas veces, pero no cambiaría nada de lo que ha sucedido. 

sábado, 9 de junio de 2018

A mi persona maravillosa.

Hay tantas cosas que sabes que necesitas en tu vida sin casi haber experimentado cómo es tu vida con ellas...

Yo viajé sola por primera vez a los 18 años, me quedé en Barcelona, no estaba muy lejos. Entonces vi que quería esa parte de aventura en mi vida, por insignificante que fuera. Quería salir y explorar hasta el más cercano y recóndito lugar.

El primer libro "largo" que me regalaron fue durante unas fiestas, yo tenía 12 años. No me gustaba leer... Lo odiaba, en realidad. Y ese libro me cautivó tanto que no podía parar, lo devoré en un solo día. Y esa experiencia realmente me marcó para siempre, hizo que me replanteara qué era leer. Y me gustó pensar en ello. Y leí más libros, y no me cansé de leer. Decidí que eso, definitivamente tenía que estar en mi vida, que ese placer no podía quedarse fuera de mi.

Y te conocí. O volví a conocerte. Y creí que ese acto de saludo y consuelo pasajeros eran eso, pasajeros. Que volverías a desaparecer porque no tenías ningún motivo para quedarte en mi vida. Pero te quedaste y destrozaste mis esquemas idealizados y pusiste mi mundo patas arriba con tus simples palabras y tu buena intención. Dejé de sentirme sola en un mar continuo de gente parpadeante. Y con ese  vaivén de cumplidos y caricias impalpables, te abriste paso en mi, uniendo piezas rotas a mi estúpida e ingenua alma. Y me vicié a la sensación de esos pedazos de mí reencontrándose con mi ser, a la sensación que me inundaba cuando tú me hablabas, a la alegría incesante cuando tus palabras se formaban en mi cabeza creando paz. Y me tocaste con la yema de los dedos cada rotura y cada grieta, uniendo cada parte en un frenesí de sentimientos encontrados. Y vi que no quería que salieras de mi vida nunca jamás.
Y mis inseguridades, mi vergüenza, mi miedo al rechazo y a lo que puedan pensar construyeron una muralla entre lo que quería decir y lo que realmente dije.
A esa persona maravillosa, te ruego que no salgas de mi vida. Y que si sales de ella, no lo hagas dando un portazo. Tienes conexión directa con cada pedazo de mi ser y me aterra el pensar en esos trozos de mi solos otra vez. He conocido la sensación de ese tacto inaudible sobre mi estúpida e incorregible alma y no quiero vivir sin él.

viernes, 8 de junio de 2018

Piezas rotas.

Creo de verdad que en cada cosa que hacemos dejamos ver la confianza que tenemos. La confianza en lo bueno, en lo malo, en nosotros mismos, en las personas que nos rodean, en la realización de nuestros deseos... Es allí donde mostramos una pequeña parte de nosotros, a veces sin quererlo.

Hay quién cree que no tiene confianza en absoluto, pero luego habla con extraños, se mete en trabajos con personas desconocidas y se muestra tal como es en redes sociales. Luego existen personas que, al contrario de las primeras, intentan mostrar una imagen tan irreal de si mismos que, creyendo tener toda la confianza posible y un poquito más, dejan ver esos pedazos rotos que algún día fueron su alma.

No todo el mundo se puede encajonar en uno de estos dos tipos de personas, hay muchas personas entre las dos orillas, y yo soy una de ellas. Soy de esas personas que en algún momento desbordaron confianza y que, tras romperse en mil pedazos, creyó que jamás volvería a confiar en nada ni en nadie.

Una vez fui una chica extremadamente cariñosa. Fui adorable, de verdad. De esas personas que tiene siempre una sonrisa en la cara y que por muy mal que esté, esa sonrisa siempre es sincera porque se alegra a muerte de ver a quién sea que se la esté mirando. De esas personas que sin conocerte te abraza porque ve en tu cara que algo va mal. En realidad, de las que abraza a todo el mundo por muy mal que le caiga porque sabe que un abrazo siempre viene bien.

Y una vez me rompieron. Destrozaron la imagen que tenía de mi misma. Me robaron lo que más me gustaba de mi personalidad. Rompieron cada atisbo de confianza que residía en mi, y a su paso por mi alma, lograron que dejara de quererme. Y volvieron a hacerlo, me rompieron de nuevo. Y lo hicieron tantas veces que dejé de querer ser como era. Quise cambiar. Me obligué a no sonreír a todo el mundo, a no abrazar a nadie a menos que realmente lo mereciera, a no hablar con quién no me hablara y a no preocuparme por quién no se preocupaba por mi. Un día me rompí. Me rompí en tantos pedazos que aún los estoy contando, pero no me importó, porque había sido culpa mía.

Escribí en papel todas aquellas cosas que no quería para mi, todo aquello que me había herido tanto, todo lo que me había roto un poco más. Escribí los nombres de todas las personas en las que deposité mi confianza y que, sin pensarlo ni un segundo, la usaron en mi contra.

Estos últimos años he intentado apartarme de todo, apartarme de la gente, distanciarme de cualquiera que pensara que podría herirme. He descubierto muchas cosas, y sé que me quedan muchas por entender. Descubrí, por ejemplo, que la gente no te hace daño si tu no le dejas, así que dejé de acercarme a la gente, dejé de abrirme y no permití a nadie conocerme de verdad. Me encerré en mi misma, y aunque seguía teniendo amigos, me sentí sola. No entendía por qué me sentía sola, estando rodeada de gente que me quería. Y en ese momento decidí que, si la gente de mi alrededor no me quería suficiente como para no sentirme sola, quizás no me querían.

Con esa tan pobre imagen de mi misma y de los demás, dejé de confiar en nadie y seguí mi camino. Por suerte, hay gente realmente maravillosa en este mundo. Gente que no se rinde cuando no le dejas conocerte, gente en la que sí se puede confiar, gente que intenta de mil maneras volver a unir los pedazos de tu alma uno a uno.

Y volví a descubrir muchas cosas. Cosas que me ayudaron a unir mis piezas rotas.

Descubrí que todo el mundo tiene una historia a sus espaldas, y que esa historia les puede haber roto en mil piezas. Descubrí que no hace falta unir las piezas rotas de nadie, porque sin ellas no seríamos nosotros. Descubrí que mis piezas rotas estaban bien. Y descubrí que las personas que se esfuerzan por descubrir y entender cada una de mis partes rotas, merecen mi confianza.

No me curé, porque no tenía nada que se pudiera curar. Nadie unió mis piezas rotas. Pero conocí a gente cuyas piezas rotas encajaban a la perfección con las mías. Entendí que las almas rotas se unen entre sí de tantas maneras y con tantas otras almas que a duras penas he empezado a comprenderlo. Y mi confianza empezó a brotar de nuevo. No desbordante, pero suficiente para seguir adelante, buscando piezas rotas que poder unir a mi alma.